IR…
Todo
está permaneciendo, como si nada cambiase de lugar. El dedo índice - los demás
caídos- apoyado en el levantavidrios, al descuido. Permanece.
Al
descuido apoyada la mirada afuera, en el cielo, en el horizonte, lejano y
quieto. Apoyada, sólo apoyada. Perdida.
El
cuerpo está tibio, sin frío, sin calor. Los pies estirados, la espalda
reclinada, un poco reclinada.
La
música, que sonó tantas veces, sólo suena. ¿Suena? De tanto sonar ya es como la
respiración: Inconscientemente necesaria.
Todo
está permaneciendo y es una elección. Permanece, sin más necesidad, sin buscar
cambios en la enorme comodidad de la calma. Todo permanece y podría no ser una elección.
Elegir modificar, ni mejor ni peor, modificar.
El
dedo. Una leve presión. Sin mediar segundo, respirar profundo, bocanada de aire
feroz de la ruta. Ahogo o respirar profundo: Respirar profundo. Tomarlo, cambio
intenso del aire en los pulmones.
La
mirada, apoyada, inerte. Aire profundo y parpadeo. Tambalea la mirada. Un
poste, dos, tres, la ruta. Los postes. La mirada gira despacio, campo oscuro,
vacio, marrón, se aleja. La mirada pasea. Campo verde, verde claro eterno,
hasta el rojo final.
Solitario
el árbol, con un poco de otoño que se le ha metido. La mirada pasea. El auto
negro aparece al costado para que la mirada lo atrape, lo persiga. La mirada lo
sigue, lo sigue, se aleja, lo pierde.
Estirar
los pies, mirar a los costados, respirar profundo y ver. Respirar
profundo, suena esa canción. Esa
canción.
©Doris
Barjacoba