Resiliencia
Me gustaría escribir que cuando se fueron Dylan dio un portazo, pero esa casa no tenía puertas…
Era Agosto. Brenda tenía la nariz roja y los dedos entumecidos por el frío.
-¡Dale, metele pata!- Le gritó desde el carro.
Su hermano buscaba en el basural mientras le rechinaban los dientes.
Rápidamente, metió algo entre el diario y el buzo, luego corrió a tomar las riendas de la potranca. -Más vale que el pá no haiga llegado, sino-
Llegaron para apurar un yerbiado antes de que su padre entrara, con la misma nariz colorada que Brenda, pero por el vino.
Tomó a la nena por el brazo y sin importarle sus ocho años empezó a lamerle la cara. La mamá se la sacó de las manos y todo fue como siempre. Un par de golpes y la tiró al colchón en el suelo. En una covacha de cinco por cinco no había dónde esconderse y todos éramos testigos. La violó y quedó tendido.
Dylan esperó los ronquidos. Miró a su mamá llorar en silencio. Sacó lo que había traído del basurero y lo puso entre las manos de la mujer. Un peluche algo sucio, con los mismos ojos tiernos que la miraban. Se había cansado de sentir miedo.
-Te amo- Le susurró mientras escapaba con su hermana.
Se perdieron en la noche buscando otras realidades. Nadie los volvió a ver, tampoco los buscaron.
Me gustaría escribir que cuando se fueron Dylan dio un portazo, pero esa casa no tenía puertas.
(c) Miriam Frontalini
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